Una dedicatoria que me atraviesa
Crónica sentida de una presentación inolvidable: El diario de guerra escondido de mi padre, de Jöel Ruiz
La obra parte de un hallazgo extraordinario: un cuaderno, oculto durante décadas en un armario, que perteneció al padre del autor. Esa libreta oculta desvela los silencios, las preguntas sin respuesta y los compromisos libertarios de un Félix que, junto a compañeros como Talego, Víctor, Pelegrín y el Pelao, emigró a Francia para luego volver a España con un propósito: luchar contra el totalitarismo y por la libertad y la democracia. La narración recorre paisajes simbólicos y reales —Lyon, Cataluña, Aragón, los Pirineos, Argelès, el Limosín y Cartagena—, y abarca hitos entre 1936 y 1951. Una oda a la memoria colectiva y familiar, que trasciende generaciones y fronteras.
Desde mi perspectiva personal, la obra encajó profundamente con mi historia: crecí —gracias a mis padres— leyendo a autores ácratas como Malatesta, Bakunin o Proudhon. Esa tradición libertaria que Jöel rescata en su libro la siento cercana, leal y viva. Su forma de leer la Batalla del Ebro —tan presente en el capítulo dedicado— remueve mis raíces catalanas y me acerca a los fantasmas y las pasiones que todavía habitan en nuestra memoria.
Al finalizar la presentación, emocionado y convencido, compré un ejemplar y me acerqué al autor para solicitar una dedicatoria, para mi mujer, María Virtudes y para mí. Cuando pronunció mi nombre, ‘Manel’, mostró una sonrisa: “¡Catalán!”, exclamó, y no faltó quien remarcara lo poético de ese cruce de nombres y tierras, justo en una charla plagada de referencias a Aragón y al Ebro. Pocos segundos, pero densos.
Sus palabras escritas en la hoja de cortesía aún me emocionan al leerlas:
“Para María Virtudes y Manel. Para esta historia que su familia tiene parecida no se pierda y no se silencie más. Un saludo muy fuerte”.
Ese mensaje, directa raíz de mi propia biografía, me hizo sentir parte de un hilo que conecta generaciones: un apretón de manos firme, profundo, como sellando un pacto de memoria y esperanza, puso el broche a un momento de calidez humana auténtica.
El diario de guerra escondido de mi padre no se limita a ser un ensayo histórico: es una evocación íntima, un relato transgeneracional que nos compromete. Nos recuerda que las dictaduras borran individuos, pero no pueden borrarnos a todos, y que el testimonio familiar puede costar silencio, pero es urgente rescatarlo.
Recomiendo este libro con entusiasmo. Tanto si conoces la Guerra Civil o la posguerra como si no, descubrirás una narrativa que oscila entre la investigación y el afecto, entre el rigor documental y una emoción contenida. Te conecta con Europa —con Francia y España— y con pueblos que hicieron de la libertad una causa íntima y sonora.
Y más allá del texto, está la experiencia directa: la complicidad al pedir la dedicatoria esa noche del 11 de junio; el detalle de un autor que reconoce tu nombre y tus raíces; el apretón de manos, breve pero sincero. Son escenas que se quedan impregnadas en la memoria, y que convierten el acto de lectura en un vínculo vivo.
Así que aquí lo dejo: un homenaje personal y sentido a una obra que es, al mismo tiempo, espejo y revelación. Que no se pierda, que no se silencie; y que en cada página, y en cada dedicatoria, resuene el compromiso con la libertad, esa historia que, en mi familia y en la suya, nunca terminó de escribirse.
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