Donde se apagan los mecheros y se enciende la vida

 Crónica de una proyección necesaria y de un agradecimiento que me nace desde lo hondo


La tarde de ayer no fue una tarde cualquiera. En la Biblioteca Municipal de San Javier se respiraba algo distinto: un murmullo contenido, una expectativa que no era sólo por ver un documental, sino por sentir algo que, en estos tiempos que corren, no es tan frecuente en los espacios públicos: conciencia, compromiso, humanidad. Se proyectaba Apaguen los mecheros, enciendan la vida, un documental que, más que una obra audiovisual, es un acto de dignidad.

El director, Ángel Hernández, no necesita presentación para quienes llevamos tiempo siguiéndolo. Es de esas personas que uno reconoce enseguida como necesarias. Cercano, sereno, sin alardes, pero con una convicción que no necesita levantar la voz. Lleva su compromiso como quien lleva un pan recién hecho: con las manos abiertas y sin temor a compartirlo. Cuando habla, no adoctrina; invita. Cuando escucha, no asiente por inercia; comprende. Y cuando filma, lo hace con los pies en la tierra y el corazón en los pueblos que la pisan.

He tenido la oportunidad de asistir, prácticamente, a todas las proyecciones de su documental, y siempre, con todo el respeto que me merece su trabajo, grabo el acto —excepto, por supuesto, el documental en sí, que por decisión de Ángel aún no debe difundirse en redes ni plataformas. Lo comprendo y lo apoyo. Ángel no protege una obra por vanidad, sino por cuidado. Cuida el mensaje, el momento, el impacto. Y a mí no me cuesta nada respetar esa decisión. Todo lo contrario: lo siento como una forma más de acompañarlo, como una muestra mínima de reciprocidad hacia alguien que está dando tanto.

Porque lo que hace Ángel no es solo contar una historia. Es amplificar voces silenciadas, es tender puentes entre realidades que el mercado quiere mantener separadas, es enfrentarse, con una cámara como escudo, al gran tótem moderno: el señor Don Dinero. Y en su documental eso queda claro. Allí están los pueblos indígenas de la Amazonía ecuatoriana, maltratados, desplazados, envenenados, ignorados por las élites del capital y el petróleo. Pero también están sus rostros, su dignidad, su resistencia. Apaguen los mecheros, enciendan la vida no solo denuncia: también celebra la fortaleza de quienes, pese a todo, siguen defendiendo su tierra, su agua, su modo de vida.

Ayer, además de la proyección, se habló de otras luchas. Se celebró el gran logro ciudadano de la Iniciativa Legislativa Popular por la personalidad jurídica del Mar Menor, un hito histórico que no podemos dejar caer en el olvido. Se advirtió, también, del peligro que representan los proyectos para instalar 40 plantas de biogás en la región de Murcia. Se animó a la movilización, a no bajar los brazos, a entender que lo que ocurre allá —en la selva amazónica— no está tan lejos de lo que ocurre aquí —en nuestra tierra mediterránea—. Que las lógicas extractivas son las mismas, aunque cambien de escenario. Y que si no despertamos, un día nos daremos cuenta de que hemos perdido algo esencial.

Por eso, quiero aprovechar estas líneas no solo para compartir lo vivido, sino para agradecer. Agradecer profundamente a Ángel Hernández, no solo por su documental, sino por su forma de estar en el mundo. Porque cuando uno se cruza con alguien que hace las cosas desde la convicción y la ternura, desde la claridad política y la sensibilidad humana, no puede sino dar las gracias.

Gracias, Ángel, por hablar sin gritar. Por mostrar sin juzgar. Por defender sin agredir. Por creer, todavía, en el poder transformador de una historia bien contada. Por dignificar el oficio del documentalista con cada paso que das. Y por recordarnos que las grandes batallas, las que de verdad importan, no se ganan con armas ni eslóganes, sino con gestos sostenidos, con coherencia cotidiana, con la mirada puesta en quienes el sistema quiere mantener fuera de foco.

Animo, desde aquí, a todas las personas que lean estas líneas a que no se pierdan este documental cuando tengan la oportunidad de asistir a alguna de sus proyecciones. No solo por lo que se aprende, sino por lo que se siente. Porque ver Apaguen los mecheros, enciendan la vida no es solo ver un documental: es dejarse atravesar por una realidad que nos concierne a todos. Es entender que la solidaridad no es un acto de caridad, sino de justicia. Es apagar, dentro de uno, los mecheros del cinismo y la indiferencia. Y encender, en cambio, la llama de una vida más consciente, más justa, más compartida.

Hay días que dejan huella. Ayer fue uno de ellos. Y mientras me quede voz, seguiré contando lo que pasa. Porque contar también es resistir. Y porque hay personas, como Ángel Hernández, que nos enseñan —sin decirlo— que todavía estamos a tiempo de elegir de qué lado de la historia queremos estar.

Para ver el acto completo, pulsa aquí


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